Un sueño llamado Tarkovsky
- Casa Negra
- 30 abr 2019
- 6 Min. de lectura

Es la medianoche y llegas cansado de una larga jornada laboral: hubo mucho tráfico y es uno de esos días donde la lluvia ha inundado cada metro cuadrado de la ciudad. Aún percibes y se revelan en tu mente, las imágenes de la gente que huía de la enorme cantidad de agua que emanaba de ese cielo gris, a punto de colapsar. No obstante, al estar en tu habitación, lo único que haces es tirarte sobre tu cama y caer en un profundo sueño. Después de unos minutos, sientes una ligereza en tu organismo; un evento extraño para ti comienza a inquietarte, pues ahora has podido observar que tu cuerpo sólo es un recipiente que está postrado por el agotamiento en su lecho y, aquello que lo habita, esa esencia que le da vida, está fuera de él. Pensarás que sólo es un sueño, sin embargo, todo lo consideras tan real que entre el miedo y el deseo de seguir con esta experiencia, te llevan a abrir la puerta que no hace mucho habías cerrado con el título de “No molestar”.
Al salir de tu alcoba te percatas de que todo aquello que considerabas conocer no es igual: las calles, las personas, los autos; nada en absoluto se asemeja al mundo en el que sueles frecuentar. Comienzas a rondar por el lugar con total incertidumbre, sigues caminando y de repente ves a un niño que corre como si a éste lo persiguieran. La sorpresa es que ese niño es idéntico a ti. Lo persigues, le gritas y no te responde; te lleva a un lugar de ese sitio que son ruinas, escombro y bombardeos: una zona de guerra donde todos buscan un objetivo, sobrevivir. Intentas escapar de ese lugar lleno de muerte y desolación, buscas con preocupación a tu imagen de infante. No obstante, te inunda un sentimiento de dolor, de angustia y vacío: algo que te arrebataron aquellos que hacen la guerra por un interés propio. En una palabra, te quitaron tu “infancia” y ahora intentas encontrar al niño para salvarlo. La disputa se vuelve más violenta y tú corres a refugiarte en una iglesia que aún se conserva a pesar de la confrontación. Dentro de aquel templo todo es silencio, las detonaciones de los tanques se han apagado, los cirios se encienden con una elegancia que vislumbra con todo esplendor la arquitectura del santuario. Ahí miras a un hombre con aposentos de monje y no acordes a la época en que vives: este individuo pinta grandes imágenes y pasajes de la biblia; tú, asombrado por la sensibilidad de sus murales, le preguntas el porqué de las pinturas. El encapuchado no responde y continúa con su momento de inspiración, dando forma a su fe e imaginación. Sin embargo, a través de los cristales, escuchas una gran multitud gritando con desesperación. Tu curiosidad te impulsa a mirar a través de los cristales y contemplas a verdugos, hombres con hábitos y grandes lanzas persiguiendo y masacrando a una horda de personas que huyen por su vida. Tormento, hogueras y hombres colgados son las imágenes que pasman tu psique. Retumban las puertas del sagrario. Aquellos que buscaban huir se adentran, pero estos no son los únicos, pues los fervientes perseguidores lo hacen y comienzan a asesinar y torturar. El pintor se ha esfumado entre los cristales y junto con él haces lo mismo: te avientas contra la primera ventana y caes sobre una tierra distinta a la que tus pies han pisado
Te levantas y tus pupilas descomponen la luz en momentos de tu vida que has pasado: desde lo más amargo a lo más furtivo; seres queridos que la muerte los ha dormido, un mar que gira en forma de espiral como si fuese una galaxia y campos con flores que jamás habías visto. Tu ser brilla y ese esplendor palpita junto a cada elemento de ese sitio, en el que ahora te encuentras como si ambos estuviesen en armonía y se comunicaran. Y te preguntas: ¿Quizás estoy dentro de mi conciencia?, ¿quizás todo esto son mis recuerdos y vivencias?”. Esto parece el futuro, un modo de existencia más allá de lo banal y existencial, alejado de los miedos, pero reflejados con un cuerpo y un sonido al igual que el amor, la ira, la redención y cualquier emoción. El sol no se oculta y el nivel del agua se eleva. Entre los enormes campos hayas la casa en la cual te criaste de niño y tu anhelo al pasado hace encaminar tus pasos hacia ella. Llegas y ves la cama en la que dormía tu madre: ella está descansando como solías verla de chiquillo y en ese profundo letargo ves a ella elevarse lentamente sobre su cama. Maravillado atiendes ese instante sobrenatural, tu vista junto con ella flotan pero un sonido a quimera hace que te distraigas de esa visión. Volteas y frente a ti una cabaña se incendia, ese enorme fuego arde y cuanto más se intensifica una tristeza te inunda con mayor fuerza; esa sensación te lleva a coger una cubeta con agua a la orilla de un pozo, como señal de auxilio te diriges hacia el fuego violento, pero al arrojar el líquido, el fuego de forma misteriosa se había consumido y éste se ha convertido en un gran charco. Escuchas las pisadas de un perro negro que se empapa de él. Sigilosamente ves el agua y como si fuera un espejo, aprecias tu rostro. Después de tan largos periodos de ausencia, te reencuentras contigo mismo, con la esencia de que la existencia no es aquellos que perseguimos ni aquello que poseemos, sino lo que llevamos con nosotros mismos y la forma en que nos esculpe el tiempo. Y para muestra de ello, ese rostro de tu alma lleno de juventud el espejo lo revela lleno de arrugas y canas, señal de que debemos vivir junto al tiempo como un elemento más de la naturaleza, al igual que el agua, que la tierra, que el fuego y el aire.
La nostalgia y la fé te inunda nuevamente después de esta revelación: volver a lo esencial, a lo intangible e inteligible, a la dualidad que siempre nos ha acompañado como seres llenos de conciencia y que se ha ido perdiendo con el caos que tus sentidos viven día a día. Encerrado entre los muros, las ruedas y la distracción mundana, por primera vez tu ánima deduce que los locos son la gente más valiente y cuerda al esculpir el tiempo a lo que su espíritu quiere sentir y vivir.
Todo tiene sentido ahora para ti y esperas el fin del mundo, cuando los gigantes dispongan a lanzar sus armas más letales sin piedad, donde todo se vuelve pequeño ante la muerte. Las casas, las personas, las calles que conocías, han cambiado ante esta noticia. Nada es igual a como lo habías visto en un principio y te cuestionas: “¿Quién salvará a los hombres?, ¿quién se sacrificará nuevamente para redimirnos?; ¿alguien será capaz de manipular el tiempo y detener este final inminente?“.
Sigues caminando, entre sitios que no conocías y personas temerosas. Los cuatro elementos están listos para purificar a la Tierra y se hacen presentes con gran bravura. En tu camino te encuentras con una puerta que es la misma de la habitación donde tu cuerpo se quedó inconsciente. Abres con cierta prisa y te adentras en ella, miras la caja de tu alma y después de un largo camino, te dejas caer sin pensarlo sobre tu recipiente. Es ahí cuando despiertas bruscamente: un nuevo día ha comenzado. Te levantas, miras al cielo y lo ves nuevamente nublado; se escuchan los ruidos del transporte público y el sonido ambiente de la gente alistándose para la rutina. En tu psique aún se conservan esas vivencias que la lógica le da el significado de que sólo fue un sueño. Te preparas y vas nuevamente rumbo al trabajo en tu sendero, ves a todo ese mundo artificial y frágil que el hombre y su ambición han forjado: un mundo gris y carente de sentido. Y dentro de ti, tu alma quiere regresar a ese sueño, a ese viaje, a aquella zona donde nada es lo que parece, donde todo cambia y nada vuelve a ser igual. Aquel sitio en el cual lo material no tiene cabida y el espíritu es lo único que nos rige y va de la mano con el tiempo.
Por Brandon Axel
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