HISTORIAS DEL “YO” I: DEAD RINGERS (1988)
- Casa Negra
- 28 abr 2019
- 7 Min. de lectura

“A menudo pienso que debería haber concursos para el interior de los
cuerpos.”
Introducción.
A lo largo de su existencia, el cine ha alumbrado decenas de películas cuyo tema, historia, intención o resultado final está cimentado desde perspectivas relacionadas a la psicología. Al respecto, hemos sido testigos de muchas y muy variadas entregas, algunas de las cuales se recuerdan como hitos históricos de la cinematografía mundial por su impacto en la
sociedad y la cultura, además de su posterior influencia, y otras más, de calidad cuestionable, que han gozado de gran popularidad desde su estreno hasta el día de hoy.
Trastornos obsesivo-compulsivos (As good as he gets, 1997), historias reales dramatizadas sobre experimentos ocupados en el estudio del comportamiento social (Das experiment, 2001), inolvidables personajes solitarios e insomnes que buscan sentido a su existencia, aunque esto involucre poner en peligro a terceros (Taxi driver, 1976), y clásicos premiados de gran influencia tanto para el cine como para la psiquiatría al tratar un tema como es el trastorno de personalidad múltiple, actualmente llamado trastorno de identidad disociativa (The three faces of Eve, 1957).

Tomaremos estos dos últimos ejemplos para introducirnos al concepto que abordaremos en esta serie de textos dedicados a ocho películas: el "Yo". Dicho concepto ha sido estudiado desde disciplinas tan variadas como la neurobiología, la antropología o el psicoanálisis, cada cual aproximándose al término con sus adecuadas precisiones y usos. Para la psicología, el
"Yo" se constituye a partir de la consciencia adquirida de un individuo con respecto a su identidad personal y social, es decir, la concepción que tiene un ser sobre sí mismo en relación con los demás; asumirse distinto al resto de las personas y diferenciarse, a la vez que surge la posibilidad de pertenencia a un grupo en el que pueda sentirse identificado, razonando que "yo soy yo, pero existen los demás".
Es aquí en donde cabe otro concepto de capital relevancia para abordar el "Yo", nos referimos al "Otro". Al caer en cuenta de la existencia de un "Otro" (un individuo diferente), la propia persona asume su identidad, reforzando su carácter de único, y registra la importancia y la contribución del "Otro" en su ser y su entorno. El reconocimiento individual del "Yo" y del "Otro" es, a su vez, la base de la personalidad. En sí, la identidad y la
personalidad son dos conceptos estrechamente relacionados, siendo que el primero se refiere a "quién es" y el segundo corresponde a "cómo se comporta", entendiendo que la personalidad es el conjunto homogéneo de características psicológicas que conforman la conducta de un sujeto y lo diferencian de los demás.
A partir de estos conceptos, revisaremos distintas historias llevadas a la gran pantalla, habiendo siempre el tema del "Yo" en común. Dichas historias encuentran fundamento en la psicología individual de sus personajes: sujetos que atraviesan situaciones que los llevan a perderse a sí mismos; a confundir, transformar, recuperar su identidad o dudar de ella,
voluntaria o involuntariamente; consciente o inconscientemente. Desde un músico de free jazz que sospecha de una posible infidelidad por parte de su mujer, y cuyas carencias sexuales lesionan tanto su estabilidad mental que recurre a una fuga psicógena en la que concibe una nueva y mejorada personalidad; pasando por una víctima de asalto que, gracias a un mal golpe en la cabeza, pierde la memoria y debe enfrentarse a un mundo hostil en el que, a pesar de la escasez de empatía y solidaridad, recibe ayuda para recordar su pasado y, consecuentemente, recuperar su identidad; hasta toparnos con un par de jóvenes idénticas físicamente que no saben una de la existencia de la otra, pero se presienten entre sí y
parecen estar misteriosamente conectadas, aludiendo a un "Yo"trascendental ligado a la espiritualidad en el que tal vez son dos cuerpos que habitan una misma alma. Cineastas como Roman Polanski, Ingmar Bergman o Aki Kaurismäki, formarán parte de esta recopilación.
Nuestra primera entrega está dedicada a Dead ringers (1988) de David Cronenberg.

Piensen en su película favorita sobre hermanos gemelos ginecólogos que comparten todo y juegan a ser una misma persona para acostarse ambos con sus pacientes; a la vez de ser innovadores en la creación de instrumental quirúrgico destinado a tratar la infertilidad femenina; y son tan unidos que viven a merced de una separación que pueda resultar fatal para ambos después de estar juntos desde su gestación.
Seguramente, hablaríamos de Dead ringers (1988), uno de los trabajos más perturbadores, complejos e insanos que ha firmado hasta la fecha el legendario cineasta canadiense David Cronenberg (Toronto, 15 de marzo de 1943), que ya tenía diez largometrajes en su haber cuando estrenó el que nos ocupa.
Desde sus inicios, se empeñó en hacer cine a su manera, empezando con un par de trabajos estudiantiles de corte experimental realizados con ayuda de sus amigos. En ellos, ya encontrábamos algunos de los elementos que conformarían la primera etapa de su carrera, abalanzándose hacia el espectador con potentes y desconcertantes imágenes intencionadas en causar incomodidad, exponiendo temas sociales haciendo uso del denominado body horror, que explora los temores de la humanidad por medio de la transformación física, dando pie a historias sobre infecciones y científicos malvados con aire de profetas, cuyos experimentos ocasionan el caos en masa. El sexo, la violencia y la perversión, son otros temas que encontramos en la obra del director desde esta etapa.
Desarrolla entonces un interesante y reconocible estilo con cada película que estrena y conoce el éxito en taquillas, pero pasa sin gracia alguna de los críticos, que prefieren atacar su visión alegando la provocación gratuita e insustancial, sin atender al discurso y el cada vez más logrado manejo temático/narrativo entre lo físico y lo psicológico de sus historias, que le permite concebir clásicos de culto como The brood (1979), Videodrome (1983) o The fly (1988).
Posicionado en el medio como un director extraño, desinhibido, con un particular enfoque y genuinamente respetuoso de sus ideales, estrena Dead Ringers en salas estadounidenses el 23 de septiembre de 1988.
Como ya mencionamos antes, Cronenberg apelaba siempre al body horror como medio demostrativo de sus intereses, por lo que sorprendió un poco la llegada de este drama en el que relegaba de funciones a un buen número de elementos de horror y ciencia ficción que resultaron indispensables en su obra precedente. Dichos recursos están presentes en el filme, pero son menos escandalosos. En el apartado temático, encontramos prácticamente todas las querencias del canadiense: deformidad, sexo, locura, ciencia, tecnología e identidad; por ello, resulta perfectamente coherente el interés que tuvo en adaptar la novela Twins (1977) de Bari Wood y Jack Geasland, dada su complejidad y su particular afinidad argumental.
La novela está inspirada en el caso real de los hermanos Stewart y Cyril Marcus, respetados ginecólogos que fueron encontrados sin vida en su apartamento de Nueva York en julio de 1975, rodeados de basura, restos de comida y evidencia de una sorprendente cantidad de drogas consumidas.
En la película, son los hermanos Elliot y Beverly Mantle quienes reviven los datos biográficos de los gemelos originales. Jeremy Irons interpreta magistralmente ambos roles, proporcionando sutiles pero importantes diferencias a la personalidad de cada uno, siendo que Beverly (acomplejado, por su nombre evidentemente femenino), es introvertido y algo callado, mientras que Elliot posee rasgos de una mayor seguridad en sí mismo y es, generalmente, quien se ocupa de acudir a conferencias, simposios y demás eventos inherentes a su profesión.
Desde las secuencias iniciales, asistimos a una fabulosa introducción de los hermanos: aquella primera escena en la que son apenas unos niños, alejados completamente de las aficiones “normales” de sus semejantes, prestando singular interés en experimentos sexuales subacuáticos que son propuestos a una pequeña vecina, misma que los rechaza y les llama freaks. Y la escena siguiente, más avanzada cronológicamente en la historia, que nos muestra a Elliot recibiendo elogios y reconocimiento por los avances técnicos desarrollados en el área médica de la ginecología, todo gracias a la inmensa y fructífera investigación que Beverly lleva a cabo en la sombra.
Más adelante, los vemos establecidos profesionalmente, llevando su propia clínica especializada en infertilidad femenina, y pronto se revela la relación tan íntima que sostienen los Mantle: viven juntos en un apartamento, son confidentes, e incluso, en ocasiones, pretenden ser una misma persona. Practican también el hábito de compartir parejas sexuales, sin que éstas lo sepan, claro. Elliot las seduce y, eventualmente, Beverly consuma el acto acostándose con ellas.
La llegada de un tercer personaje principal, Claire Niveau (interpretada por la actriz canadiense Geneviève Bujold), funciona como un elemento peligroso y amenazador para la “saga Mantle”, como llama Elliot a ese vínculo entre hermanos. Su papel es el de una actriz sin muchos proyectos en puerta que acude a la clínica en calidad de paciente infértil; el
diagnóstico es sorprendente para los gemelos, que encuentran en Claire la condición de poseer un “cuello uterino trifurcado”. Veremos que Claire no es la excepción en cuanto al mencionado truco perverso del que gustan Elliot y Beverly, sólo que esta vez resulta distinto: la consecuencia es un Beverly enamorado que manifiesta intenciones de separarse por primera vez de su hermano para unirse a alguien más.

Basta con este primer plot point para mantenernos al borde del asiento; sucede al llegar al primer tercio de la películay, en adelante, seremos testigos del desequilibrio que ocurre en la personalidad de Beverly, que empieza a consumir fármacos junto con Claire mientras Elliot se ocupa de la clínica y demás pendientes, angustiado por la situación en la que cae su hermano, por supuesto.
Claire está lejos de ellos un tiempo gracias a un llamado para una serie de televisión fuera de Estados Unidos; Beverly la llama a distancia y, gracias a la ansiedad de la que es preso, intuye que Claire está con otro tipo, por lo comienza a padecer un fuerte declive emocional que ocasiona en él un comportamiento errático, intensificado por los medicamentos a los que ya es dependiente.
Poco a poco, la preocupación crece en Elliot al presenciar desvaríos y conductas impropias por parte de su gemelo (inolvidables los aparatos quirúrgicos que Beverly, asumiendo un cambio drástico en su ahora vaga y descuidada forma de manejarse, diseña y encarga fabricar a un artista local), y decide intervenir con la esperanza de desintoxicarlo y recuperarlo. Lo que veremos en el último tercio de la película es una compleja hipótesis
sobre el origen de la identidad personal. ¿Hasta qué punto puede influir un vínculo como el de los hermanos Mantle a la hora de asumirse como personas distintas, después de jugar a ser una misma? ¿Será que el gemelo de carácter más débil es el único cuyo destino era sucumbir ante la autodestrucción tras fracasar en el intento de dividirse de aquella simbiosis
creada con su hermano?
Claire regresa, pero Elliot evita un encuentro con Beverly (que se encuentra recluido al cuidado de su hermano en un pequeño departamento) al temer una fatalidad en lugar de una mejor respecto a su estado mental. Pronto, veremos a Elliot en la necesidad (aparentemente inexplicable) de emparejarse con la condición de su hermano, guiado por la firme idea de que, al estar sincronizados, todo volvería a funcionar. Esto lo lleva a consumir fármacos junto a él.
Finalmente, esa sincronización intencionada resulta (tristemente) exitosa, al estar ahora ambos inmersos en un lamentable estado mental, encerrados bajo llave en la profundidad de su adicción... pero juntos. Vinculados nuevamente hasta la última puerta de la intimidad, esta vez, diluyendo para siempre sus identidades en la misma jeringa que terminará con su vida.

Por Ramsés Luna.
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