De humanos y bestias: Ming of Harlem (2014) de Phillip Warnell
- Casa Negra
- 13 jun 2020
- 3 Min. de lectura
Por: Jetsael Villegas Mendoza

Antoine Yates —rapero aficionado a los animales— adquirió en el año 2000 un tigre de bengala, al que nombró Ming, y lo llevó a vivir con él en su departamento ubicado en el piso 21 de un complejo habitacional ubicado en Harlem, Nueva York. Al felino se le unió un caimán llamado Al. El hecho era conocido y aceptado por los vecinos. No obstante, las autoridades intervinieron al descubrirlo, cuando Yates fue herido por Ming al evitar que este se comiera a un gato. Fue condenado a cinco meses de prisión y, aunque trató de recuperar a sus animalescos amigos, el Estado se lo negó.
Ming of Harlem: Twenty One Storeys in the Air es un documental en el que su director, Phillip Warnell, explora la relación existente entre el humano y la bestia más allá del denominador común —el cual los presenta como antónimos—, para hablar sobre nuestra necesidad (o curiosidad) de convivir con animales “no domesticables”. Lo hace a través del recorrido realizado por Yates en auto por las calles de Harlem —recordando lo sucedido— y a partir de la reconstrucción espacial del departamento en el que vivía junto con Ming y Al.
El mayor atributo de este documental es evitar la convención de recrear los hechos y, en su lugar, recrea la posible relación que Ming y Al tenian con el limitado espacio del departamento, así como de lo que para Yates pudo haber significado convivir con ambas criaturas. Así, pone en escena los probables desplazamientos del tigre y el caimán por las habitaciones, los pasillos, la cocina y el baño.
Esas imágenes, en planos fijos y prolongados, dan la impresión de ocurrir a lo largo de un día y están acompañadas por una voz off femenina cuya función es recitar un poema escrito por el autor Jean-Luc Nancy —con quien Warnell ha producido tres películas hasta ahora—, a través del cual reflexiona sobre la relación milenaria, casi mística, entre los humanos y los animales. El director decidió entregarse a la contemplación de Ming y Al como puedo haberlo hecho Yates.

Warnell también presta importancia a las afirmaciones de Yates, quien cuestiona los cánones sobre la domesticación de animales y sobre las contradicciones presentes en torno al tema. En una secuencia declara: “Tras lo ocurrido, mucha gente me criticó y me dijo que esos animales debían estar en la naturaleza, pero si estuvieran ahí seguramente alguien trataría de cazarlos, ¿cuál es el punto? Para mí simplemente no tiene sentido”. Así, deja muy claro que vivía con un tigre y un caimán no porque fueran exóticos, sino porque simplemente ama a los animales y ese afecto lo llevó a quererlos proteger de otros humanos quienes solamente los ven como bestias, presas y trofeos. De hecho, la perspectiva de Yates hace ecos del mito original, en el cual humanos y animales vivían en paz y armonía. Sin embargo, el realizador también muestra que esta visión es contradictoria: aunque no tiene aires de superioridad ante el felino y el reptil, sí los obligó a adaptarse a una vida que no les corresponde.
Ming of Harlem: Twenty One Storeys in the Air plantea ideas interesantes sobre la relación ontológica entre la humanidad y la bestialidad, lo civilizado y lo salvaje, pero está lejos de ser un documental perfecto. Por ejemplo, ¿el poema de Jean-Luc Nancy era realmente necesario? En realidad, parece prescindible, puesto que con las declaraciones de Yates quedaba bastante clara la premisa. Su presencia es redundante respecto a una de las preguntas principales del filme: ¿es posible convivir con otras especies?
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