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  • Foto del escritorCasa Negra

De la apreciación cinematográfica, una reflexión

Por Claudia Ortiz



¿Cuántas veces no hemos escuchado que un filme es basura porque no tiene una ‘buena historia’?

¿Cuántas veces no hemos escuchado que un filme es basura porque es demasiado ‘comercial’?


Si bien es cierto que no hay una forma correcta o incorrecta al momento de ver cine, me gustaría platicar de cómo aprendí a ver el cine de la forma más plena posible.


Tanto la lógica como los sentimientos son conceptos básicos del ser humano, pero en la mayoría de nosotros predomina el primero sobre el segundo. Ha sido de mi interés reflexionar sobre cómo esta premisa nos afecta al momento de disfrutar el cine y en un contexto más amplio, el arte mismo.


Lo más obvio al momento de ver una película es la historia, esto es, como la corteza, después nos vamos a aspectos técnicos más obvios como lo son las actuaciones, la ambientación, el vestuario, el maquillaje y la escenografía, para luego pasar a los menos obvios, los cuales podrían ser la composición, la iluminación, el guion y la musicalización. Es entonces, cuando por fin podemos llegar al núcleo, que en este caso seríamos nosotros mismos; es que el arte no requiere de grandes genios y estudiosos para ser comprendido, requiere algo mucho más simple, requiere a un ser humano.


Nos cuesta tanto trabajo dejar este escudo lógico y dar rienda suelta a los sentimientos, porque es aquí donde nos enfrentamos con nuestro verdadero ser. Nadie nos puede decir qué sentir, qué pensar o qué reflexionar al momento de ver una pintura, o en este caso de mirar una producción cinematográfica. Todo esto va a provenir directamente de nuestra alma, de nuestro corazón, de nuestro interior o como sea que quieras llamarle; en este contexto a quién no le daría miedo estar cara a cara con su dolor encapsulado, sus miedos contenidos, sus apagadas expectativas de la vida, sus frustraciones enajenantes, sus traumas de la infancia y tantas cosas que reprimimos día a día para no explotar en un choque de emociones, pasando por alto que en ese hondo y olvidado lugar también convergen nuestras más sinceras fantasías, enternecedora ingenuidad, animosos sueños, ilusiones infantiles y lúcidas pasiones.


El cine es una conversación con uno mismo, es ponerse de pie frente al espejo y ponernos víctimas de nuestro más severo juez, nosotros mismos. Pasar de estar en la seguridad de las paredes del raciocinio a estar en un estado íntimo de desnudez mental; y es que nunca se nos ha enseñado a dejar de pensar lógicamente, esto es lo que nos hace superiores, nos separa de otras especies, pero qué tan conveniente es estar en un constante estado de concentración racional, con una suerte de método de autodefensa, cuando esto sugiere bloquear lo más humano que poseemos.


He aprendido por experiencia propia que perderle el miedo al enfrentamiento con nuestra esencia es la manera más efectiva, y para nada sencilla, de ver al cine por lo que realmente es.

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