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Pérdidas y encuentros: The Peanut Butter Falcon (2019) de Tyler Nilson Michael Schwartz

Por Jetsael Villegas



Zak (Zack Gottsagen) es un adolescente con síndrome de Down quien, por orden del Estado, ha sido confinado en un asilo para personas de la tercera edad dado que su familia se deshizo de él y los funcionarios públicos no le encontraron un mejor lugar par vivir o no tuvieron la capacidad de hacerlo, para ser exactos. Un día decide escaparse y en su viaje se encuentra con Tyler (Shia LaBeouf), un pescador al acecho de tres matones del pueblo y en duelo por la muerte de su hermano mayor. Ambos personajes tratarán de alcanzar el sur de California para visitar la escuela de lucha libre encabezada por Salt Water Redneck (Thomas Haden Church), un luchador en decadencia muy popular en los años 90. A su travesía se unirá Eleanor (Dakota Johnson), voluntaria en el asilo donde vivía Zak, a quien debe encontrar no solamente porque lo estima, sino también porque su trabajo está en riesgo. Entre campos, lagos y pantanos, aventuras y peligros, alianzas y amenazas, los tres conformarán una suerte de familia en la que cada miembro ayuda a sanar las heridas emocionales del otro.


Dirigida y escrita por el dúo conformado por los estadounidenses Tyler Nilson y Michael Schwartz, The Peanut Butter Falcon es una especie road movie (película de carretera) en la que los protagonistas al sufrir la pérdida de sus seres queridos deciden moverse, huir de aquel lugar en el que no tienen nada. Zak, Tyler y Eleanor encontrarán en la compañía y el cariño del otro a un amigo incondicional.


El argumento del filme se sostiene sobre la premisa de que “un amigo es la familia que escogemos”. La evolución de los protagonistas -especialmente el interpretado por LaBeouf- están motivadas por tal afirmación. Desafortunadamente, aunque el guion se encarga de hacer énfasis en la importancia de los amigos durante las etapas de crisis, fuerza una relación romántica que no aporta absolutamente nada al desarrollo de la trama principal (podría ser omitida y el arco evolutivo de los personajes sería el mismo)


Las emociones de los personajes quedan registradas y alcanzan su máxima expresión gracias a la fotografía de Nick Bluck: pasa de planos medios para mostrar el encierro en el que viven a los grandes planos generales con una amplia gama de colores naturales para reflejar su felicidad y complicidad.


Aunque se trata de una comedia ligera, aprovecha varios momentos para criticar a las instituciones públicas, que en el filme están mostradas como inútiles e ineficientes, producto de un sistema político, social y legislativo que desecha a todo aquel que no encaje en su esquema de “normal”. En una escena es revelado que Zak terminó en el asilo porque el juez a cargo de su caso así lo decidió al ver que se trataba de una persona con síndrome de Down el actor tiene esa condición en la vida real y que sería “complicado encontrar un lugar adecuado para él”. Lo anterior sin tomar en cuenta la opinión de Zak, quien considera dicho lugar como “un lugar de muertos vivientes”. The Peanut Butter Falcon tampoco repara en burlarse de esa gente que, para proteger a personas consideradas “vulnerables”, tiende a ser condescendiente y sobreprotectora, lo cual no ayuda en su desarrollo como sujetos sociales.


Y precisamente ahí radica el más grande atributo del largometraje: los directores no son condescendientes con Zak. Desde el inicio del filme, lo muestran como un personaje inteligente, capaz de planear, pero sin dejar de lado su ingenuidad derivada de esa sobreprotección a la que se ve forzado a vivir. Lo que en manos de otro cineasta pudo ser una típica película tipo “mira como sufre este personaje porque está enfermo, solo y nadie lo quiere”, en realidad es una mirada muy humana a una persona que, independiente pende de su padecimiento, tiene sueños, metas e ideas muy íntimas sobre el funcionamiento del mundo.

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