Colapso mental: The Lodge (2019) de Severin Fiala y Veronika Franz
- Casa Negra
- 9 jul 2020
- 3 Min. de lectura
Por Jetsael Villegas Mendoza

En 2013, los directores austriacos Severin Fiala y Veronika Franz sorprendieron tanto a la crítica como a la audiencia con su película Goodnight Mommy, en la cual dos hermanos gemelos estaban seguros de que la mujer que regresó a su hogar, después de someterse a una cirugía plástica en el rostro, no era su verdadera madre, sino una impostora. El largometraje, una suerte de thriller psicológico con pinceladas de terror, sobre todo en los últimos minutos, abordaba la relación madre-hijos, en ocasiones está desgastada o es demasiado tensa. Además, es importante destacar el sadismo de los infantes, el cual incomoda en varias secuencias. El dúo de realizadores europeos hacían eco del estilo visual, y rítmico, de Michael Haneke —quien también suele retratar a personajes cuyas acciones son brutales y catárticas—, pero trastocando el amor maternal y la inocencia infantil.
Grace (Riley Keough) es la prometida de Richard (Richard Armitage) y futura madrastra de Aiden (Jaeden Martell) y Mia (Lia McHugh), quienes están en duelo por la muerte de su madre. Para animar a sus hijos, y de paso introducir a sus vidas a su prometida, Richard organiza una escapada a una cabaña en las montañas para celebrar la Navidad. Una vez ahí, y debido a la partida anunciada de Richard por razones laborales, Grace quedará a cargo de Aiden y Mía, quienes toman una postura de rechazo hacia ella. Cuando parece que el trío comienza a llevarse mejor, un evento aparentemente inexplicable volverá a tensar su relación.
En The Lodge, Fiala y Franz hablan nuevamente de las relaciones madre-hijos en dos sentidos: por un lado, el duelo de los niños, quienes aún no aceptan la pérdida de su madre —Mia, por ejemplo, lleva consigo todo el tiempo una muñeca que le recuerda a ella—; por el otro, en las actitudes de rechazo y aceptación respecto a Mia, “la intrusa” que pretende tomar un lugar que no le corresponde. También, al igual que en Goodnight Mommy, trastocan la inocencia infantil y lo complementan con la fragilidad mental de Grace —su padre era líder de una culto religioso que torturaba a los “pecadores” y promovía los suicidios masivos para alcanzar la salvación divina—, quien debe medicarse para no dejarse llevar por sus alucinaciones.
Lejos de los famosos jumpscares presentes en el cine de terror más comercial, el largometraje se encarga de crear una atmósfera de incertidumbre constante no solamente desde la fotografía de Thimios Bakatakis, que muestra paisajes tan aislados como desoladores cuya función es exteriorizar el estado emocional de los personajes, sino también por el contraste entre la cabaña y una pequeña casa de muñecas hecho a través del montaje a cargo de Michael Palm. Así, además de
construir un ambiente inquietante, también sugiere que quizá Grace y compañía son víctimas de un juego macabro.

También existen varias secuencias oníricas que evidencian la fragilidad mental de Grace quien, aislada del mundo, atrapada en una nevada aparentemente perpetua, cuidando a dos niños cuyas intenciones no son claras, y vulnerable ante un cuadro de la Virgen María —tan amenazadora como omnipresente— termina por ceder ante el trauma causado por la logia (the lodge en inglés) a la que pertenecía su padre, acaecido en un colapso mental.
Fiala y Franz se esfuerzan por construir una atmósfera a través de la cual quieren causar terror o al menos perturbar, pero tienen un gran contrapeso negativo en el guión, el cual co-escribieron con Sergio Casci. El giro argumental más importante realmente no tiene el impacto suficiente, es decir, no es tan sorpresivo como se pudiera esperar, es una explicación muy fácil; sin embargo, ambos realizadores tienen claro una cosa: es importante considerar la posibilidad de que los niños pueden llegar a ser muy crueles, y eso puede ocasionar una reacción en cadena con consecuencias tan incalculables como horribles.
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