Tarkovsky, el hombre de la fe
- Casa Negra
- 16 abr 2019
- 6 Min. de lectura

Un artista sin fe es como un pintor que hubiera nacido ciego.
Andrei Tarkovsky
Un joven, un don nadie, hijo de un famoso fundidor de campanas, se atreve a seguir el oficio de su padre sin saber mucho sobre campanas. Cuando llegan los hombres del príncipe buscando al padre para un importante encargo, el joven les declara que ya falleció, pero que justo a él le fue heredado el secreto que guardaba su padre sobre cómo fundir campanas para que suenen. ¿Qué le impulsó a decir tal mentira? Quizá una corazonada, un impulso misterioso que ni él mismo comprende. Lo dice repentinamente y se da cuenta que ya se ha comprometido. Este impulso fue su primer acto de fe, el creer que él posee el secreto. El don heredado de su padre.
El joven Andrei Tarkovsky, un don nadie, hijo de un famoso poeta, Arseini Tarkovsky, se atreve a seguir el oficio de su padre sin saber el secreto de la poesía que resuena en el corazón de los hombres. El joven simplemente se atreve, sigue el impulso tenebroso que le dicta su corazón. Tarkovsky no se consideraba cineasta, sino poeta. Él sólo eligió el cine para revelar los secretos de su padre.
Un joven tiene un problema de confianza, no puede hablar claramente, es tartamudo, así que acude a una mujer con poderes curativos. Ella hace su ritual, le da poder y voluntad a sus manos, le hipnotiza para que el joven tenga fé en sí mismo y grite fuerte y claramente: “¡Ya puedo hablar!”.

Tarkovsky realiza El espejo, como un grito que había sido callado desde su niñez. A riesgo de que nadie aceptara esta película por ser increíblemente personal, él se atrevió a hacerla. Ni él mismo sabía si iba a resultar, pero tenía fe. Era un hombre sólo, creando sin certidumbres, guiado por una luz que no se ve, pero que sólo a él se le aparece. Podría pensarse que se trataba de un loco queriendo hacer una película, un Don Quijote dirigiendo lo que nadie ve. No se trataba de una creación egoísta. Lo que anhelaba Tarkovsky es que esta campana retumbara en el corazón de los hombres, aunque sea en uno solo, y así se manifieste que todo tiene un sentido, que todo vale la pena.
Un pobre hombre, que se le conoce como Stalker, dirige a los hombres a una zona milagrosa. Ahí los deseos más profundos se cumplen, aquello que más secretamente se ha anhelado. El Stalker no se aprovecha de ese lugar, él está contento con llevar ahí a los desdichados. Su fe no está en lograr sus propios deseos, sino en poder ayudar a la humanidad dando esperanza.
Un monje cada día lleva dos cubetas de agua para regar su árbol seco. Repite este acto siempre a la misma hora, sin ver resultados, pero él sigue, ciego de fé. Finalmente una mañana descubre que el árbol está lleno de hojas.

¿Qué es lo que impulsó a Tarkovsky a hacer cine?, ¿por qué fue esa su necedad?, ¿por qué eligió esta absurda profesión que lo hizo sufrir tanto?, ¿por qué no simplemente vivir en paz como jardinero o carpintero?, ¿por qué destrozarse haciendo películas que quizá nadie vea?, que quizás a nadie toquen, que quizá sean repudiadas. O lo que es peor, simplemente aburridas. ¿Qué sentido tiene hablar si nada nos asegura que seremos escuchados?. No se sabe, al igual que el joven no sabe si sonará la campana, pero algo nos dice que tiene que ser así, pues de eso depende la salvación de toda la humanidad. Qué importa el artista, lo que importa es la humanidad. El artista es sólo un pobre mensajero de Dios: él existe para que el pueblo pruebe la gloria de la creación, por eso el artista es el hombre de la fé. Él escucha lo que nadie escucha, el mensaje divino que los hombres no entienden. “El artista es siempre un servidor perpetuamente en deuda por el don que le fue dado como un milagro”, escribe Tarkovsky. Es así. Una mañana un ángel tocó la puerta del artista al cual le entrega una carta de Dios: “Levántate profeta, y mira y escucha; llénate de mi voluntad y echa a caminar por esos mares y esas tierras incendiando los corazones de los hombres con las palabras.”
Estas palabras son silenciosas, pero se sienten como latidos, presentimientos, corazonadas que impulsan al artista. Él sabe perfectamente que no es dueño de lo que escucha, le atormenta lo que escucha. Él preferiría quedarse en su hogar y contemplar las rosas, pero la iluminación es poderosa. Aun contra la voluntad débil del hombre, existe el poder creativo, aunque todo el escenario diga que es imposible, que el arte es un acto necio, el espejismo de un idiota, de un loco. El mundo no entiende al poeta, pero el poeta entiende al Creador. Él es el profeta que trae la buena nueva a los hombres, pero los pobres hombres apegados a sus mentiras quieren crucificar al poseedor de la Verdad, una Verdad que necesitan, pero no desean, que temen, pues es peligrosa, como peligrosa es la libertad.
Todo el cine de Tarkovsky habla sobre la fé, porque su cine nace de la fé. Su cine es una ilustración del acto de la fé que abre paso al milagro, pero depende de nosotros que suceda. Su cine es la fé y el encuentro con nuestros corazones es el milagro. Él es el único hombre que alcanzó a ver el ángel y nos ha señalado el camino por donde se fue. Ahora depende de nuestra fé si seguimos su llamado.
El cine de Tarkovsky es una esperanza, una anhelo, una oración, una súplica. Es una vela encendida que el hombre carga hasta el fin de su camino. Es el tambaleo de una campana que espera sonar. Es el riego de un árbol seco que espera florecer.

El protagonista de sus películas es el mismo Tarkovsky, un hombre torturado por su don. Todos los héroes en su cine están atormentados por su fé. Paradójicamente, la fé es duda, incertidumbre. La certidumbre llega con el milagro, no antes. La fé es una delgada línea entre la esperanza y la desesperación; la locura y la razón; una batalla entre la verdad y la mentira, entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte. El hombre sufre, por eso crea. Ya se la ha oído decir a Tarkovsky que el arte existe porque el mundo es imperfecto. El arte es el anhelo de perfección. Los hombres de sus películas están confundidos, en conflicto, en contradicción.
Andréi Rubliov no sabe si tiene sentido seguir pintando. El mundo le ha demostrado que no vale la pena, que nuestro egoísmo va a destruir toda belleza. Él pierde la fé en sí mismo como Cristo la perdió por un instante cuando gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Pero de repente, después del silencio, surge el milagro, ve a un joven indefenso crear una maravillosa campana. Entonces sabe instantáneamente que es un milagro, y este acto de fé lo inspira a pintar de nuevo. Kris, el protagonista de Solaris, es un ser incrédulo que recupera su humanidad cuando se le aparece la proyección de su mujer fallecida, que es lo que más amaba en la vida. Entonces, a pesar de su raciocinio, elige el amor, tiene fé en sí mismo y en su amor con el cuál espera trascender todo conocimiento científico. En Stalker, el protagonista sufre por su profesión y es ridiculizado constantemente; la gente se burla de él. Él es un idiota al estilo “Príncipe idiota” de Dostoyevski o como un Don Quijote. Locos e idiotas, víctimas de una sociedad materialista, sin esperanza, sin necesidad de belleza, sin capacidad para amar. Alexander, de Sacrificio, es un hombre triste y deprimido por la crisis espiritual que vive la humanidad a, la cual, a pesar de todo, ama demasiado, tanto que se sacrifica por ella como lo hizo Cristo. Alexander pide un milagro para que el mundo no se destruya, y paga el precio de ser crucificado, entonces se hace el milagro: a todos se les regala la vida de nuevo. En cambio, Alexander renuncia a la suya y a lo que más ama, su hijo. Esta es la mayor analogía de la vida de Tarkovsky, el sacrificio que hizo por nosotros, para que podamos ser eternos a través de la poesía y encontrarnos con la Verdad.
Justo después de su Sacrificio, Tarkovsky muere abandonando a su hijo, pero deja una esperanza en esa generación, por eso sus películas acaban con niños. En El Espejo el niño, que es Tarkovsky cuando no hablaba, lanza un grito hacia los árboles. La hija del Stalker, que es invalida, logra tener poderes milagrosos. En Sacrificio, el hijo de Alexander, el pequeño hombre, riega un árbol, el cual definitivamente tiene que dar frutos.
La belleza es la búsqueda de la Verdad. Hay un anhelo de Verdad que todos guardamos en nuestro interior. Esta Verdad sólo puede surgir si confiamos en nuestro propio bien. Los artistas, no los artistas vulgares, sino los artistas religiosos, son los mayores buscadores de la Verdad, porque la buscan dentro ellos mismos, y buscar la Verdad es tener fé, y ella lleva al milagro. El milagro es la Verdad, y uno puede sentir esto a tal grado que ya no necesita más pruebas, no necesita nada más. Porque al fin se es libre.

Por Iván Lavín V.
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