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Memorias de las “putas” tristes de Mizoguchi

Por José Luis Ayala Ramírez


Reconstruir el universo femenino en forma de celuloide no es algo sencillo de conseguir, más cuando en el cine moderno existen patrones que cuidar para evitar la censura o boicot de un producto por parte los espectadores más conservadores los cuales son ofendidos ante la mínima provocación o alteración de lo que ellos consideran lo socialmente correcto.


Probablemente por este motivo en la cinematografía actual no habría cabida para las mujeres que protagonizan los relatos de Kenji Mizoguchi porque muestra una cara de la moneda sobre el género femenino que hoy en día podría considerarse retrógrada o inaceptable para una mujer. Sin embargo a Mizoguchi (el máximo portavoz del universo femenino en el séptimo arte) nunca se le vio interesado por crear discursos morales en favor de la mujer o personajes más comprometidos con la igualdad de géneros porque estarían situados en un contexto histórico bastante erróneo, pero lo que sí hacía es tomar el pasaje donde se desarrollaban sus tramas para ver todo desde la perspectiva y ojos de sus protagonistas, y de este modo proyectar con sumo realismo el universo donde ellas coexistían, mostrando lo duro que era para ellas vivir, decidir y sobre todo amar, algo que el mismo director vio reflejado en su propia madre y hermana ante el maltrato que ellas recibían por parte de su padre. Seguramente estos aspectos que marcaron la infancia del director tuvieron repercusión en las ideas que se visualizan a lo largo de su filmografía donde vemos en su mayoría a mujeres que sufre de una violencia física-psicológica por parte del sexo masculino o incluso de parte de una sociedad entera.



Uno de los temas más recurrentes en su trayectoria de Mizoguchi era la prostitución donde construía el universo donde vivían las geishas y sobre todo contraponía lo diferentes que podían ser dos mujeres aparentemente iguales, hermanas que desarrollaban la misma profesión como en Las hermanas de Gion (Sisters of the Gion, 1936), un contraste que marca un punto de inflexión en la trama y el resto de sus personajes. En El Intendente Sansho (Sansho The Bailiff, 1954) vemos a una madre que es separada de sus hijos y vendida como prostituta en el Japón feudal del siglo XII, haciendo énfasis en esta secuencia de la separación se trata de un momento que destella un dolor casi insoportable tanto a un nivel físico como emocional, algo en lo que Mizoguchi era un virtuoso, creando personajes con una gran carga psicológica sin apenas mostrándonos aspectos de su pasado más que pequeños detalles. Volvamos a Gion con el filme Los músicos de Gion (Gion bayashi. 1953) donde se ejecuta como pocas veces vista en pantalla el mundo de las geishas, su forma de vida, sus normas, ventajas y sacrificios, un relato que posee una clara similitud con la novela y película Memorias de una Geisha de Rob Marshall. La prostitución una vez más se hace presente en Utamaro y sus 5 mujeres (1946), un biopic sobre el famoso pintor que a través de sus cuadros revelaba la belleza de la mujer, y es precisamente en los prostíbulos de Tokio donde el pintor logra inspirarse a través de estas singulares mujeres. Pero sobre todas destaca el canto al cisne que significa La calle de la vergüenza (Street of Shame, 1956), última película del director donde retrata la vida cotidiana de diversas prostitutas las cuales muestran sus diferencias a lo largo del metraje mostrándonos que en este oficio te podías encontrar desde la mujer que estaba ahí para sacar a su hijo adelante, la que lo disfrutaba de verdad como profesión, la experimentada tenia mil historias que contar sobre su trabajo hasta la “nueva” candidata, apenas una niña que en el final de la película decide entrar a este mundo lleno de contrastes y realidades.


Ahora bien, si sabemos que el término “puta” se utiliza para llamar de forma despectiva a las prostitutas sabemos que también se utiliza ya de una forma coloquial en cómo la sociedad se encarga de marcar a una mujer que se ha relacionado con un hombre “prohibido” desde diferentes alternativas. De este tipo de “putas” también está compuesto el universo de Mizoguchi, un ejemplo es Ayako de Elegía de Naniwa (Osaka Elegy, 1936) quien por ayudar económicamente a su familia decide ser la amante de su jefe solo para ser rechaza por el mismo hogar que ha tratado de ayudar. En Historia del último crisantemo (1939) a un hombre le prohíben relacionarse con la mujer que ama debido a que ella es solo una “sirvienta”, algo socialmente denigrante en el Tokio del siglo XIX, lo que da lugar a una historia de amor prohibido que da pie también a un alto sacrificio por parte de la protagonista. Muy similar en historia más no en contexto es Los amantes crucificados (The Crucified Lovers, 1954), desarrollada en el Japón feudal y por su misma naturaleza posee un final más trágico para la pareja protagonista luego de que falsamente hayan sido acusados como “amantes”.


Es cierto, el cine de Mizoguchi está exento de finales felices para el género femenino pero es ahí donde radica su realismo, tragedia e incluso su belleza, es por eso que no existe una filmografía más feminista que la del japonés, inundada de estas excelsas mujeres y sus memorias que nos sirven para explorar el largo recorrido que ha tenido que sufrir la mujer a través de los siglos en Japón (y en el mundo) para poder llegar al lugar que les corresponde, por esos estas historias (y muchas más) merecen ser contadas y sobre todo nunca olvidarlas.



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