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Luis Buñuel y el hombre que cayó de la cruz

  • Foto del escritor: Casa Negra
    Casa Negra
  • 25 jul 2019
  • 6 Min. de lectura

Por Iván Lavín

Dentro de la filmografía de Luis Buñuel se pueden encontrar, como en un universo complejo, infinidad de obsesiones, símbolos y bromas. Aún ni el mismo Buñuel sabía o pretendía descifrar las imágenes caprichosas que su instintivo le dictaba, solamente nos ofrecía la libertad de su subconsciente con honestidad y pureza. Es por eso que su cine puede ser estudiado incansablemente y desde muchísimos ángulos, porque aún es un misterio.


Uno de los temas, de los muchos que se pueden analizar dentro del mundo de Buñuel, es un fenómeno que se repite en sus personajes, del cual vamos a hablar a continuación: El hombre y su anhelo por Dios, el homus religiosus, que nos lleva a lo que se puede nombrar como el complejo de Cristo. Buñuel se interesó tanto con este tema que realizó cuatro películas (principalmente) que hablarían de lo mismo, desde diferentes puntos y niveles, pero con una misma conclusión: Quien busca su ideal en las alturas sufre la realidad como caída. El hombre cae de la cruz que él mismo se construyó.


Francisco en Él (1952), Nazarín (1958), Viridiana (1961) y Simón del desierto (1965) son los personajes que toman esta actitud psicológica religiosa.


Comencemos tomando el factor común de origen: su individualidad. Cada uno de los personajes está aislado en su propio mundo lo cual inevitablemente lleva a la creación de sus realidades subjetivas, esto provocará enfrentamientos constantes con el exterior y con los demás. Vemos que este aislamiento es totalmente intencionado, “Mi deseo sería no volver a ver el mundo”, es una de las primeras frases que dice Viridiana y algo parecido dice también Nazarín, “Haré lo que siempre he deseado, irme al campo donde podré sentirme más cerca de Dios”, vemos entonces que por su propia naturaleza desean evitar a sus semejantes, aunque en apariencia muestran compasión por ellos, su deseo más profundo es vivir lejos y solos, deseo que tiene sus raíces en un miedo al mundo, un miedo a los demás y esto más profundamente no es otra cosa más que el miedo a uno mismo, a los instintos y la naturaleza de uno mismo. Es regla de las personas idealistas no verse como realmente son, dentro de todo idealismo hay una repugnancia hacia lo que es, hacia la realidad, “La más despreciable de tus criaturas, es el hombre, señor, su sola presencia me aleja de ti” dice Simón del desierto que odia su envoltura humana y se refugia en su sed hacia lo divino, queriendo alcanzar el cielo ve desde arriba a los hombres como hormigas, mismo odio que Francisco en Él, desde las alturas, no disimula: “Yo desprecio a los hombres, si fuera Dios no los perdonaría nunca” él es tal vez, de los cuatro, el que menos busca una justificación “religiosa” pero psicológicamente no presenta gran diferencia del resto de los Cristos. Cada uno se esfuerza por construir una realidad que vaya con sus ideales, cada uno forma su mundo para no ver la realidad.


“Mi tribunal es el de Dios y a Él me remito, acepto con resignación el sufrimiento que por tantos caminos de la maldad humana pueda llegarme”.

- Nazarín


Otra característica de estos individuos es su orgullo, un orgullo tan profundo que se disfraza en humildad. Vemos que aman su sufrimiento y su papel de mártir les es de mucha ayuda para afirmarse a su “virtud”, se defienden de cualquier compasión hacia ellos porque no les conviene recibir ayuda, de otra manera no tendrían de qué sentirse orgullosos, vemos entonces que todos sus sacrificios son sólo el egoísmo de una ansia de salvación, Simón es el más extremo en esto, se ha separado completamente de los demás, en cambio Narazín, que parece ser el más noble y genuino de estos personajes, aún se interesa por la humanidad (tal vez por eso su final es el más impactante y trágico de todos). Este orgullo, de no dejar que nadie intervenga en su mundo, les es necesario para autoprotegerse de la realidad que los golpea, temen sucumbir ante ella, ninguno quiere ver lo tiene enfrente, prefieren ver hacia el cielo o hacia una meta, esperan algo, ya sea la justicia personal según Francisco (Él) o la justicia divina según Nazarín. Este deseo profundo y personal, es, en esencia, la fuente de su desgracia.

Los demás.


A mí qué me importa la parte contraria”, dice Francisco, demuestra que es la guerra del individuo contra los demás. Estos personajes se han creído “separados” o “únicos”, aunque es obvio que toda persona tiene algo de único y en ocasiones cada persona se siente especial, ellos, en extremo, han imaginado esto, haciendo una separación excesiva, formando así su verdad contra todos.


También es interesante el contraste que nos hace ver Buñuel, su personaje autoidealizado es víctima de la humanidad en su estado más animal; la desastrosa fiesta de los vagabundos en casa de Viridiana; el ciego que golpea a su hija cuando Nazarín no está para darle limosna, y el hombre que recobra sus manos con indiferencia por un milagro de Simón, nos demuestran que cuando los hombres reciben, sin justicia, milagros y limosnas se está sembrando la avaricia en ellos. Buñuel nos advierte que si alguien obtiene gratuitamente, a manos llenas y sin dar algo a cambio, esto sólo le provocará egoísmo. Parece como si

la virtud de estos idealistas sólo sirviera para evidenciar la innata maldad humana. Nazarín con sus buenas intenciones enciende la flama del egoísmo que hay en los hombres provocando un asesinato entre unos trabajadores, “Eso de trabajar por la pura comida nos perjudica a todos”. Entre la maldad humana el bueno puede causar más violencia con su bien, como si un acto bueno en lugar de apagar el infierno avivara más el fuego.


La caída.


Estos personajes están en resistencia constante, en contradicción interna entre lo que ellos creen que deberían de ser y lo que de hecho son, al final el peso de la realidad es más gran- de. No conocieron vitalmente a los humanos ni quisieron conocerse a sí mismos sin juzgarse. La moraleja que nos dejan es que no se puede cambiar el mundo sin antes aceptarlo, sin antes verlo como es. Pero el mundo es el que los alcanza a ellos y esto es su despertar o su caída.


Viridiana pudo haber despertado desde el suicidio de su tío, pues entra en una crisis emocional-espiritual, pero el sentido de supervivencia de su estado “espiritual” es protegerse con otro acto extremo: dar alojo a los vagabundos. Suele suceder que cuando alguien presiente estar equivocado en aquello en lo que depositó tanta fe, tiene tanto miedo a aceptar su error, a estar en una mentira, que siente la urgencia de ir más allá de sus límites, a hundirse en su fe como última desesperada esperanza, se prende el último cerillo, el cual puede incendiar la casa o mantener la vela encendida. Al final un intento de violación

es lo que la despierta. Después Viridiana se arregla y se mira con un espejo roto, símbolo de la pérdida de su imagen. Limpia sus últimas lágrimas para arreglarse el cabello e ir con su primo y presentarle a la una nueva Viridiana. Simón del desierto, que está representado más en parábola, es llevado por el diablo para ver la realidad; el nihilismo juvenil, el fin de su religión. Él está aún seguro de que encontrará su templo, pero el diablo le dice que su casa la habita otro inquilino, (¿tal vez el Papa?) dejando así al anticuado Simón sin lugar en este mundo.


Francisco es un caso interesante, parece que él termina donde los otros tres personajes comenzaron, su paranoia se agudizó en lo religioso, torturado por una realidad que no com- prendió ahora tiene consuelo de otra; “Murió el pasado, aquí encontré la verdadera paz del alma” dice Francisco en el monasterio. Al final su camino en zigzag aclara que su obsesión cambió de objetivo pero su patología sigue siendo la misma.


Nazarín presenta el más ambiguo de los finales. ¿Por qué se resiste a recibir la piña como caridad para después aceptarla con espanto? Cuando Jesús supo que todo estaba consumado, para que se cumpliese la escritura dijo: “Tengo sed”. Tal vez Nazarín es el único que alcanzó la crucifixión, ya no está aterrorizado porque su mundo sea una mentira sino por- que ya es una realidad innegable para él, un destino de Cristo que persiguió y que terminó alcanzando. Esto es más o menos como un despertar dentro del sueño, volviéndose lo soñado la realidad. Uno no sabe que es peor, si descubrir que todo era mentira o saber, ya sin duda, que todo es verdadero.

Así fue el destino de cada uno de estos personajes, y este fue un breve intento de catalogarlos más o menos en el mismo camino, aunque entre ellos se escapan diferencias enormes, desde el extremo Simón hasta el noble Nazarín, cada uno es interesante particularmente y en general. Al final descubrimos que a pesar de todo eran humanos, demasiado humanos, y que todos nosotros alguna vez hemos sido, seremos o somos, muy similares a ellos.

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