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El tiempo, una muerte cíclica.

  • Foto del escritor: Casa Negra
    Casa Negra
  • 21 jun 2019
  • 3 Min. de lectura

Por Allan Márquez.

La medida real del tiempo ha sido impuesta desde hace más de 2000 años, el occidente nos ha controlado de acuerdo a sus cánones ideológicos y posturas político-religiosas, mismos que se convierten en discursos retóricos y que se plasman en diversos canales discursivos dentro de un contexto actual y que a la vez ha sido perecedero.

A lo largo de la historia moderna, el tiempo ha sido configurado, normalizado y estandarizado para converger en una “idea” per se del imaginario colectivo de la humanidad. Sin embargo, hace 3000 años, esta manera de ver la vida, de vivirla, era cuestionable para muchos filósofos ya que se preguntaban ¿Qué es el tiempo? ¿en verdad existe? ¿hay otro tiempo a la par del nuestro? Esto no quiere decir que en la actualidad no se realicen estos cuestionamientos, de hecho, se hacen y se demuestran, ya no en una tradición estrictamente oral, pero si en una nueva tradición, la cual utiliza el avance tecnológico para hacer llegar dichos cuestionamientos a las masas.

Esta nueva tradición tecnológica no sólo muestra a su postura sobre el tiempo, sino que tiene el poder de alterar el mismo e incluso hacerlo nulo y natural hacia el súbdito que presencia la cátedra dentro de un “agora” oscura, en el cual podemos observar a los entes discursivos en otro tiempo alterno al nuestro.

Esta manera de abordaje del “presente” relativo lo sostiene la física cuántica, y el cine (la nueva tecnología) nos muestra que el tiempo es alterno, no sólo en la imaginación, sino haciéndolo realidad. La cinematografía implementa discursos visuales y auditivos que nos demuestra la alteración temporal y espacial de una y varias vidas que suceden mientras nosotros observamos sus existencias desde nuestro propio espacio.

El tiempo cinematográfico parte de una relatividad física, el cual es alterado por un agente externo, el montaje es su orden de caos y divinidad. Durante la proyección de las historias, las cuales provienen de un ente tecnológico que da luz en ese universo caótico y oscuro en el que estamos inmersos y expectantes. La cinta (digital) comulga en tiempos internos y externos, los acontecimientos parten de la subjetividad para volverse objeto de una línea

temporal que es saltada cuánticamente e incluso definida frente a nuestros ojos. La temporalidad de la imagen que tenemos frente a nosotros es difundida por raros mecanismos, respetando la forma visual. Estos mecanismos nos permiten interceder en el tiempo objetivo y volverlo de nuevo subjetivo. Somos objetos externos que manipulamos un tiempo vivo alterno al nuestro y lo matamos.

El tiempo cinematográfico es tangible en materia física, lo vemos y podemos palpar al tocar y contemplar la cinta, el disco, el monitor, etc. Sin embargo, se vuelve intangible y perecedero en instantes, aunque vive congelado en el dispositivo, el tiempo muere una y otra vez, es un ciclo que se repite y que puede ser alterado desde los nuevos aparatos mecánicos.

En la actualidad el tiempo cinematográfico ya no es de la historia, ni siquiera del creador, sino del espectador, él tiene en sus manos el poder sobre la manera en que el tiempo se desenvuelve en ese mundo paralelo que el espectador vigila, cuestiona y disfruta. Ahora el espectador tiene la facultad de poder revivir cuantas veces desee al tiempo, congelarlo y adelantarlo. El creador ha quedado ya olvidado, muerto como su obra pues ya no le pertenece. El tiempo que el director había creado ya no existe, el tiempo se ha vuelto un instrumento de introspección con el cual podemos exteriorizar nuestro malestar, nuestro dolor y nuestra felicidad.


El tiempo cinematográfico nos ha manipulado más de lo que creemos y nos ha moldeado a su antojo. El control que tenemos sobre él es superlativo, nada perdura y sin embargo buscamos su eternidad. Es por ello que el cine nos ha brindado la oportunidad de alterarlo, no solo con los sentidos, sino con las vísceras. Cronos ha muerto en un engrane, ha muerto en una cueva oscura, no ve la luz, salvo cuando se le revive y es alterado, pues ya no tiene más linealidad. El cine mató toda regla lógica del manejo temporal y el espectador la sepultó.

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