El onírico placer de fragmentar el tiempo en el cine experimental: La Fórmula Secreta
- Casa Negra
- 1 jun 2019
- 7 Min. de lectura
Por José M. Delgadillo

El inconsciente no tiene tiempo. No hay problemas acerca del tiempo en él. Parte de nuestra psique no está en el tiempo ni en el espacio, y así en cierta parte de nuestra psique el tiempo no cuenta para nada. Carl Gustav Jung
El cine experimental es cambiante, una forma múltiple de expresión que deriva de diversas corrientes tanto ideológicas como creativas. En su mayor parte, busca una expansión del lenguaje representativo. Por lo regular, presenta discursos y narrativas que buscan la apertura de la expresión cinematográfica.
Uno de sus propósitos es romper las barreras del lenguaje audiovisual y del cine narrativo estrictamente estructurado, utilizando diversos recursos para expresar y hacer sentir emociones, experiencias, sentimientos, con un alto valor estético, utilizando efectos plásticos, rítmicos y musicales, ligados a al tratamiento de la imagen o el sonido. Entre sus elementos encontramos que en un primer acercamiento, no contiene historias. La mayoría se basa de una idea, sueño o pensamiento y entres sus principales elementos se encuentra la ruptura del espacio pero sobre todo del tiempo.
Con la ruptura del tiempo cinematográfico se muestra la voluntad de ir más allá de la estructura narrativa habitual; en otras palabras, no se rigen por las normas habituales en cuanto a estructura o sintaxis visual, por ejemplo sus protagonistas no son portadores de una historia que se desarrolle de principio a fin, sino que se podrían denominar como personajes que deambulan exterior e interiormente sin llegar a metas concretos, desafiando cualquier tipo de orden temporal.
Un ejemplo de esto es la película La fórmula secreta del autor Rubén Gámez que se realizó en el año de 1965. Es un trabajo experimental ganador del 1° Concurso de Cine Experimental. Para muchos críticos, historiadores y analistas, esta es una de las películas mexicanas que ha logrado desarrollar el lenguaje cinematográfico de una manera que marcó un parteaguas en el cine y sigue siendo un referente vanguardista en la creación de cine experimental en México.
Se trata de una obra muy personal, donde Gámez, a través de la imagen, el sonido y su montaje en que se desafía la representación del tiempo sintetiza ciertos aspectos de la realidad. Uno de los medios por el que lo hace es el alejamiento de la narrativa tradicional, para acercarse a los símbolos de la poesía.
Este filme consiste de una serie de imágenes-choque que funcionan gracias al habilidoso y magistral montaje, a la excelente fotografía y al acompañamiento adecuado del sonido, tanto en su vertiente musical como cuando se usa la palabra. La aparente irracionalidad de las secuencias nos remite a las influencias cinematográficas de Gámez en las que por supuesto se utilizaba la abstracción espacio-temporal como recurso narrativo, ejemplo de esto es el cine surrealista y la vanguardia rusa de la década de los años veinte y treinta del siglo XX. El director tiene una voz personal que expresa, con vigor y lucidez, una protesta, un testimonio social y un acercamiento al mundo de la psique humana.
Un elemento cinematográfico que encontramos en esta película es precisamente el de incorporar sueños como recurso narrativo. Esto lo localizamos desde la primera escena, cuando la pantalla se presenta en negros mientras escuchamos el retumbar de un ejército que se acerca. El sonido de este pronto se desvanece para dar paso a una melodía en la que la que el eco de una flauta toma protagonismo.
La resonancia se hace cada vez más fuerte mientras la pantalla en negro se comienza a esclarecer, surgiendo de ella la figura de una botella de Coca-Cola que está conectada a un delgado tubo que se nos va mostrando mediante un paneo de arriba hacia abajo. El fondo blanco resalta la botella y del tubo vemos como gotea un líquido negro. Se trata de una transfusión de Coca-Cola vía intravenosa a un ser del cual no tenemos ninguna información previa.
A partir de este momento, el líquido somete a este personaje a un frenético torrente de imágenes, aparentemente inconexas, en donde el tiempo se rompe una y otra vez asemejando una alucinación donde la metáfora, el símbolo y el lirismo interactúan con la interpretación del observador, de manera que los planteamientos desarrollados por el filme no parecen ser imposiciones implacables. Abruptamente “despertamos” de dentro de una alucinación que nos muestra que el tiempo es solamente una ilusión, presentando que no siempre la forma de verlo y pensarlo es como algo continuo que va hacia una sola dirección y dimensión, y que no siempre fluye del mismo modo,
Las influencias de Buñuel y el surrealismo de los años veinte son claras en Gámez al presentar imágenes oníricas alejadas de la interpretación actoral, y al aproximarse a las sensaciones por medio de los sonidos, el ritmo y los simbolismos. Esta escena sin duda se acerca a lo afirmado por André Breton acerca de la expresión audiovisual:
“El cine no sólo nos presenta a seres de carne y hueso, sino a los sueños de estos seres también convertidos en carne y hueso. En este sentido, el cine alcanza ese punto del espíritu donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de percibirse contradictoriamente.” (1)
Gámez tomó como referencia aquellas cuestiones que se veían también en las pinturas surrealistas que presentaron la idea de que la creación se podía dar al margen de todo principio estético y moral, soportado por la fantasía onírica, el humor desaprensivo y cruel, el erotismo, confusión de tiempos y espacios diferentes.
Esto se presentan en una de las secuencias en donde se muestra en la pantalla a un trabajador que carga un costal, que a su carga un ser humano y lo deja caer sobre otros bultos dentro de un camión. Los aspectos realistas mostrados en esta escena, por ejemplo, el rostro inexpresivo del personaje, sus ropajes y su dominio al realizar su trabajo, nos dan una sensación de veracidad. Esto continúa dentro del camión de carga. La cámara se postra frente al rostro de este hombre, pensativo, cansado, enmarcado por el espacio natural que le presentan las grandes avenidas de la ciudad. Él, junto a un hombre inmóvil va postrado en la parte alta del camión lleno de bultos.
La música resuena remarcando el ritmo de la escena y avisando que algo está por ocurrir. Sin más, la atención del personaje es dirigida hacia arriba, su mirada se dirige hacia un espacio vacío que el encuadre de la cámara no nos deja observar. Gámez nos lleva con la mirada de este personaje hacia un puente por el que está a punto de atravesar. En éste observamos el andar de una figura femenina a la que se le levanta la falda. La música se intensifica y la escena se repite durante tres veces, siguiendo el ritmo de lo que estamos escuchando y rompiéndose con esto la narrativa lineal propia del cine clásico. El hombre observa a la mujer alejarse. Su rostro y su mirada expresan deseo y añoranza. Se recuesta y coloca sus manos detrás de su cabeza, disponiéndose a soñar.
A partir de este momento los elementos documentales que observábamos dan paso a retratos creados con el fin de montar una atmósfera onírica. Esto se nos presenta al ver en primer plano el rostro de este personaje que ayudado por una luminosidad que lo ciega, da paso a un sueño que ocurre sin cerrar los ojos. Torna su mirada hacia el hombre recostado junto a él y, al observarlo, su rostro se relaja. Por primera vez sonríe al, por un instante, ser dominado no por la realidad, sino por la fantasía.
Así es como el choque violento y vertiginoso de las imágenes y la música nos avisa que estamos dentro de un sueño o de una pesadilla llena de deseos carnales. Abruptamente Gámez hace uso de su derecho a romper la estructura narrativa, espacial y temporal, mediante el contraste entre los planos fijos y el movimiento, la inacción y la acción, o bien mediante una especie de parpadeos que nos llevan a otro lugar donde en contrapartida al dinamismo y a la furia de esas imágenes, aparecen los obreros y campesinos que habitan esa tierra baldía, figuras inmóviles, pasivas y acusadoras que miran hacia la cámara fijamente, rodeados por un campo estéril.
Aquí se narra totalmente con las imágenes, los sonidos y el tiempo. La imagen está libre de palabras y se nos impacta representando una realidad oculta al hombre, mostrando de una manera primordial su subconsciente, alejándose así de lo lógico y racional, esto para poder hacer una crítica política y social, pues una transfusión de Coca-Cola conlleva mucho más que eso.
Gámez presenta un preludio en el que encontramos parte de su propuesta en esta película, en la cual exhibe de manera directa una posición contrapuesta en la narrativa y el discurso dictado durante años anteriores por la industria cinematográfica tradicional en México.
Rubén Gámez imaginó su película como un ensayo, como una reflexión; la fotografió maravillosamente; hizo un montaje riguroso, fluido, fascinante en el que no sobra ni un fotograma, en el que el ritmo no desfallece; adaptó música de Vivaldi y Stravinski con una desconcertante intuición de la relación de valores entre imagen y sonido; trabajó la pista sonora con el mismo rigor de la imagen; realizó, en fin, su obra personal y absoluta en la que el lenguaje cinematográfico lineal limita su obra y por eso se decide por una estructuración temporal en la que los acontecimientos en pasado, presente y futuro es una construcción mental que se puede romper.
La fórmula secreta se caracterizó por impulsar una renovación estética, manifestando una reflexión sobre el medio expresivo. Éste se concentró en la expresión personal, en los recuerdos y sobre todo el mundo onírico que le proporcionaría una estética más natural y libre sosteniéndose en el uso narrativo de la música y los sonidos, la utilización de actores no profesionales, que más bien presentan y no representan personajes, deambulando de un lado a otro sin tener aparentemente un rumbo fijo y una historia detrás de ellos, y principalmente en la narración visual a través de la fragmentación del espacio y el tiempo.

Referencias:
(1) Fernández Perera, Alba (2017), El surrealismo y su impacto en el cine y en otros medios audiovisuales, Universidad de Valladolid, Valladolid.
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